San Juan Bautista Niño

 

San Juan Bautista Niño

Fotografía: Carlos Peñuela

San Juan Bautista Niño.

Anónimo, 2ª mitad del siglo XVIII.

Pintura al oleo sobre lienzo.

Hermandad matriz de Ntra. Sra. del Rocío de Almonte (Huelva).

 

La representación a la Santa Infancia de las figuras del Niño Jesús, san Juan Bautista y de la Virgen Niña, alcanzó gran popularidad a lo largo de los siglos XVII y XVIII, y por lo tanto se realizaron muchas esculturas y pinturas con esta temática que estuvieron presentes en todas las iglesias y conventos de todas las ciudades de Andalucía y también en numerosos domicilios particulares.

La Iglesia sobre este asunto de contenido amable, inocente y preciosista debió de estar  de acuerdo ,con estas representaciones y además los artistas estuvieron condicionado en cierto mod, o por las ideas de los tratadistas como el  pintor y escritor Francisco Pacheco en su Arte de la Pintura, especialmente sobre la figura de san Juan Bautista, de la cual dijo que no había de pintarse como la de un joven mancebo, sino a la edad de treinta años, y que en todo caso, podía representarse en edad infantil para admiración y ejemplo de como desde niño fue encomiable su “inimitable“ penitencia. Esta frase del suegro de Velázquez hubo de ser, sin duda uno de los pretextos para que la clientela de los pintores y escultores demandaran temas de la vida del Niño Dios y san Juanito.

Para este tipo de iconografía infantil debieron de ser fuente de inspiración para este tipo de obras, aspectos literarios procedentes del  Proto-evangelio de Santiago, La leyenda Dorada, Meditaciones de Pseudo- Buenaventura, el evangelio apócrifo de la vida de la Virgen María y la Vida de Cristo de Ludolfo de Sajonia.

La contrarreforma promovió la devoción a la Virgen María niña, al Niño Jesús y a san Juan Bautista niño y son tratados con especial predilección en la vida familiar, tanto en la pintura como en la escultura, alcanzando intenso protagonismo.

En este pequeño lienzo pero de  amable e ingenua representación de san Juan liño donde sentado sobre un risco y vestido con piel de borrego y mantolín rojo con mucho movimiento, intenta abrazar al borreguito del Agnus Dei como señala  la filacteria que remata la cruz que sostiene, mientras mira al cielo extasiado. Al fondo  se aprecia un paisaje rocoso y una especie de riachuelo que nos recuerda al río Jordán.

 

Gabriel Ferreras Romero

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